viernes, 1 de abril de 2011

Jefferson, con el deber cumplido

Por: Roosevelt Castro B.

En el marchista ecuatoriano Jefferson Leonardo Pérez Quesada se cumple fielmente la frase del escritor bellanita y expresidente Colombiano Marco Fidel Suárez: “más valle llegar a ser que haber nacido siendo”. Sí, el andarín cuencano sabe que las situaciones de la vida no son gratuitas.

Nacido el primero de julio de 1974, “nardo”, como lo llama cariñosamente su madre, es el segundo entre cinco hermanos de la familia Pérez Quesada.

Si no es por su hermano mayor Fausto y por la curia de Cuenca, su ciudad natal en la provincia de Azuay, de bautizarlo con el nombre Jefferson y hacer desistir del sugerido por su progenitora de Jairzinho, el mundo del atletismo ecuatoriano tendría otro nombre brillando en las marquesinas de la marcha atlética del orbe.

Las calles sin asfaltar y sin los servicios públicos básicos del barrio El Vecino, lo vieron crecer. Su niñez, con muchas limitaciones económicas, transcurre dedicada al estudio de las matemáticas y las ciencias naturales y menos a la actividad deportiva, en las escuelas Eugenio Espejo y Gabriel Ceballos. “Mi madre tiene un temperamento muy fuerte y nos exigía, para cuidarnos de los descuentes de mi barrio, que debíamos llegar a casa antes de que se ocultara el sol. Eso a la larga me sirvió de entrenamiento y de estrategia para afrontar posteriormente las carreras”, dice el andarín ecuatoriano. El atletismo le viene por casualidad.

A sus catorce años, su profesor de educación física de segundo de bachillerato en el Francisco Febres Cordero le dice que perdería el año por su inasistencia a las clases y le lanza un reto: presentar unas pruebas atléticas, en la modalidad de marcha. Al principio, el hijo huérfano de Manuel, un exmilitar, lo pone en duda por los movimientos corporales de ese “deporte tan extraño” y por sus carencias de dinero. Consulta con su madre María Lucrecia, una invidente vendedora de frutas, y decide arriesgar.

En menos de un año, el precoz atleta se convierte en figura de la marcha en su país. De sus entrenamientos en la Plaza de la Madre inicialmente con Manuel Ortiz, luego Luis Muñoz y más adelante Luis Chocho queda solo el recuerdo. “Eso fue muy rápido es tanto que a las pocas semanas de comenzar triunfé en el Sport AID y me gané el derecho a representar a mi país en Inglaterra y Estados Unidos”, evoca el ingeniero comercial y master en administración de empresas de la Universidad de Azuay.

Y los triunfos deportivos continuaron. Dos años después es campeón juvenil en Plovdiv, Bulgaria. A los 18, gana el oro en Seúl, Correa.. Pero es el entrenador colombiano Enrique Peña el que lo muestra al mundo. El 26 de julio de 1996 todavía está fresco en su memoria. Ese día suena por primera y única vez el himno ecuatoriano en una olimpiada. Atlanta es testigo de la gran proeza del marchista y filántropo del Ecuador.

Todavía se sigue capacitando, sigue dando lo mejor de sí después de su retiro del mundo de la marcha, coincidencialmente con la obtención de una medalla de plata olímpica, en Beijing 2008.


CONTEXTO

Fundación Jefferson Pérez

Su espíritu altruista y su corazón bondadoso manifiestan que quiere retribuirle a su país lo que este le entregó. “Con capital privado, creé una fundación para niños con altos riesgos de vulnerabilidad. Les patrocinamos sus estudios, sus alimentos, sus pasajes urbanos y les prestamos todas clases de ayudas, tanto médicas como psicológicas”, expresa con orgullo Jeffersón Pérez, el mejor marchista del Ecuador en todos los tiempos.

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